Indivisa Manent

Manos unidas2El termómetro del coche marcaba cuatro grados bajo cero. Mientras observaba los copos de nieve caer, supuse que alguien de arriba no estaba muy contento conmigo, para enviarme a una aldea perdida en las montañas a investigar un asesinato. Me acompañaba Pablo Guerra, de la oficina del fiscal, con quien había coincidido en múltiples ocasiones, estando un par de ellas a punto de pasar la noche en su cama. Un acierto no haberlo hecho. Pablo es encantador, atractivo, con cara de buena persona y un tono de voz firme pero amable. Yo, demasiado independiente para estar con un hombre de los que te abren la puerta del coche y te presentan a su madre en la tercera cita.

Viajábamos en mi Nissan Almera blanco del 95, exageradamente viejo  para soportar las bajas temperaturas y los caminos de cabras por donde nos movíamos. El GPS hacía rato que se había vuelto loco y tan sólo sonaba de vez en cuando: “no hay carretera, dé la vuelta”.  Eso me gustaría a mí, dar la vuelta.

El caso que nos conducía a aquel paraje, perdido de la mano de Dios, había sucedido tres días antes, cuando apareció el cuerpo sin vida de Rodrigo Martínez Aranda, varón de veintiséis años, cuya residencia estaba a doscientos kilómetros de donde se localizó el cadáver. Acarreaba conmigo los informes del forense, de la policía científica y de los agentes que habían registrado la zona y hecho los primeros interrogatorios.

En la fecha del homicidio, la aldea quedó completamente aislada por la nieve. Una decena de funcionarios trabajaron durante horas para conseguir que se abrieran de nuevo los accesos. Cuando lo lograron, un agente de la policía local que los acompañaba encontró al fallecido. Fue una casualidad. La ventisca había desenterrado lo suficiente el cuerpo para que asomaran tres dedos de la mano izquierda. El brillo de un anillo llamó la atención del policía. El crimen era reciente.

–Es evidente que el delito se produjo mientras duró el vendaval, por lo tanto el homicida tiene que ser alguno de los habitantes que permanecían atrapados. En el pueblo tan sólo había veinte personas así que debería de ser un caso sencillo. ¿No te parece, Nancy? –Pablo siempre me llamaba así, porque decía que el color de mi pelo y los ojos grandes y azules le recordaban a la famosa muñeca.

– ¡Yo que sé! Si fuera tan fácil supongo que no nos obligarían a ir hasta allí y no tendrían a varios guardias reteniendo a todas esas personas. Por otra parte, nadie conocía al sujeto y el móvil no fue el robo, pues mantenía todas sus pertenencias. Necesito un café, este trayecto es eterno.

–No debemos de estar lejos. El paisaje es precioso, ¿no te parece? Todo blanco, aire puro, el camino rodeado de árboles y sólo se oye el sonido del viento… y el motor del coche. –Hizo una pausa para inspirar, mientras cerraba los ojos, y prosiguió –. Un rincón singular, ¿no te parece?

En ese momento recordé otra razón por la que me alegraba de no haberme acostado con él: la expresión “¿no te parece?”, repetida en la mayor parte de las frases en las que compartía una opinión. No sé si era inseguridad o amabilidad, pero a mí me ponía de los nervios.

–Lo que me parece es que estaría mejor en la ciudad, con ruidos, humos y carreteras. Lo único que espero es que mi pequeñín aguante hasta que lleguemos y no nos deje tirados en mitad de la nada.

Tardamos aún una hora más en llegar. Apenas sentía los pies. Cuando por fin bajé del auto las rodillas tardaron un par de minutos en responder. Aparqué justo en la puerta de la Iglesia, el lugar donde permanecían retenidas las veinte personas sospechosas. Aunque en realidad no todas lo eran. De entrada, había que descontar cinco niños menores de doce años. Tampoco parecían candidatos cuatro ancianos con diferentes discapacidades, impedidos para salir de su hogar sin supervisión, y la cuidadora de uno de ellos. Quedaban diez.

Ojeé el dossier con los datos de todos aquellos sujetos, clasificados por las casas que habitaban. La lista la componían: dos matrimonios, una viuda y sus dos hijos, dos hermanas que convivían juntas y el cura de la zona. Decidí comenzar mis averiguaciones hablando con este último. Los clérigos suelen conocer bien a sus feligreses.

–Bien, Don Marcial, ¿dice que nadie sabía nada del pobre chaval? Este es un lugar pequeño, deben de conocerse todos muy bien.

–Así es. Aunque mi parroquia no se ciñe solo a esta aldea, sino también a las de alrededor.–Contestaba despacio, seleccionando muy bien las palabras. Parecía tranquilo, excepto por las gotas de sudor que le resbalaban por la calva, deslizándose hasta las sonrosadas mejillas–. Nunca vi a ese hombre antes, sin embargo lamento mucho lo sucedido.

–Tan sólo se encontraban veinte personas en el pueblo en ese momento. ¿Quiere que me crea que no se enteró de nada?

–Dios lo ve todo. Yo sólo soy un viejo sacerdote, que sigue las normas de la Iglesia.

Decidí que quizás era mejor volver a conversar con él al final, cuando tuviera algún hilo más de donde tirar. Estaba convencida de que sabía algo. Respondía con evasivas y no paraba de hacer papelitos con un pañuelo.

Volví a leer el informe del forense. La causa de la muerte era parada cardiorrespiratoria. Vamos, de lo que morimos todos. Había diferentes signos de violencia: golpes, quemaduras, cortes con arma blanca, sustancias nocivas en la sangre. ¿Qué demonios había ocurrido?

Reanudamos los interrogatorios, cambiando la táctica. Pablo sería el poli bueno y yo el poli malo. Siempre me tocaba este papel.

–Debería colaborar. ¿Qué van a hacer sus hijos sin usted? Si tiene miedo, o alguien la ha amenazado, nosotros podemos protegerla.­­­­­–Mientras hablaba, Pablo sonreía y colocaba su mano sobre la de­ la viuda.

–Es que no sé nada. Estaba en casa tranquilamente esperando que pasara la tormenta.

– ¿Le cuento una cosa? Mi compañero es muy amable porque se compadece de su situación. Pero está perdiendo la oportunidad. O es asesina, o es cómplice. Sea como sea, el primero en hablar conseguirá un trato y los demás, unas bonitas vacaciones en una preciosa celda.

Aún así, hizo mutis por el foro. Pasé a la pareja de hermanas, de las que sólo conseguí que acabaran discutiendo, echándose en cara quien había perdido más novios por cuidar de la otra. Tampoco hubo suerte con los dos matrimonios. Del primero, descubrimos que el hombre tenía amantes en todas las aldeas de la comarca. La segunda pareja nos había hecho rosquillas y no paraban de sonreír.

Recibí una llamada de la oficina. El fallecido llevaba seis meses recibiendo dinero de la cuenta municipal de aquel lugar.

– ¿Quién hace las funciones de alcalde?

–Yo mismo, señorita. –El infiel se levantó y puso la mano en el pecho, como si le estuvieran llamando a testificar.

–Me acaban de informar de que el difunto cobraba dinero de la cuenta municipal de este pueblo. Así que usted debía conocerlo.

–Es que mire, yo para las caras y los nombres, soy malísimo.

Estaban a punto de agotar mi paciencia. Me dirigí a su amada esposa, probablemente la única mujer a la que no se tiraba.

–Usted, como cónyuge, será imputada también. Vamos a dejar ya las tonterías y me van a explicar por qué pagaban a ese hombre. Me imagino que habría más gente en el ajo, porque este lugar es muy pequeño para tener esos fondos monetarios. ¿Defraudan a sus vecinos?

– ¿Pero que insinúa? Mi marido es un gestor excepcional. Para obtener ese dinero, fue necesario un impuesto especial, aprobado en asamblea.

– ¿Y por qué lo hacían?

–Ese mal nacido nos extorsionaba sin parar. En sus manos estaba que  el pueblo no desapareciese. Iban a expropiar todo el terreno para una obra de defensa nacional, o algo así. La decisión de donde hacerlo era suya. Mes a mes pagábamos religiosamente, hasta que la guita se fue terminando. Intentamos negociar, pero no se atenía a razones.

–Y por eso lo mató.

–Para nada. Yo sólo lo invité a comer a casa. Algo le debió de sentar mal, porque se encontró indispuesto y le acompañamos a la calle a que le diera el fresquito.

–Nosotros estábamos allí –habló la mujer del segundo matrimonio-. Chocó con mi marido cuando llevaba una olla de agua hirviendo y claro, le cayó encima. Es que nuestra vaca Hortensia estaba a punto de dar a luz.

–Yo lo contemplé todo –dijo la viuda–. Mis hijos trataron de ayudarle, pero estaba como loco y tuvieron que darle algunos golpes para tratar de calmarlo.

–Es cierto –sentenciaron las hermanas, casi al unísono–. Nosotras también lo vimos. De hecho, salió corriendo con tan mala fortuna, que se cortó con unas latas que transportábamos. Después se llevó la mano al pecho. Fijo que le dio algo raro en la cabeza o que fue un ataque al corazón.

Pablo y yo teníamos los ojos como platos. A aquel pobre diablo lo habían envenenado, achicharrado, apaleado y rajado, todo en pequeñas cantidades y se suponía que, al final, había muerto de un “jamacuco” o de muerte natural. Miré al cura, que se mostraba muy tranquilo en su asiento, a pesar de oír todas aquellas atrocidades. Entonces le pregunté si no tenía nada que aportar. Él abrió la boca y sólo pronunció las palabras: “Ave María Purísima”, a lo que todos los presentes contestaron de manera unánime: “Sin pecado concebida”.

*Indivisa Manent: Frase latina que significa “lo unido permanece”.

Categorías: Relatos | Etiquetas: , , , , | 6 comentarios

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6 pensamientos en “Indivisa Manent

  1. frinco

    Muy chulo el relato, me ha gustado mas que el anterior, aunque encuentro la confesión demasiado precipitada…Mis peros:

    – Es imcomprensible que a lo largo del relato no se acuesten los detectives…si todo va encaminado a eso, tanta negativa, la prota autoconvenciendose de porque no quiere liarse…..es que eres la unica chica que no ha leido grey??

    – No era este el realto que iba a hablar sobre cosas felices como la voleea de zizou o el gol de pedja?

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    • Los textos cortos de corte policíaco es lo que tienen, es complicado que no sea la confesión un pelín precipitada. De hecho me hace mucha gracia que te extrañe que no se acuesten «en todo el relato». ¡Pero si sólo están juntos unas horas! Si me pongo con la tensión sexual, se me va de las manos ;). Aunque también es verdad que no he leído Grey, lo reconozco. Siempre puedo alargarlo, retrasar la confesión y buscar el momento para un coito rápido.

      Lo de la temática feliz, tengo que encontrar algo sí, pero no sé a que llamarás tú feliz. Bueno, aparte de a las voleas y los goles, por supuesto (siempre que sea el Madrid quien los marque; igual si es el Barcelona te parece un drama, jeje). Tampoco creo que esta historia te haya hecho saltar las lágrimas de pena, a pesar del cadáver :).

      Muchas gracias por seguir leyendo y comentando. Me gustan mucho tus opiniones.

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      • frinco

        Vamos, que si no quieres escribir el típico relato corto policiaco en que los protagonistas , estan aburridos en medio de la nieve porque no hay casos ni cadaveres y se dedican a tener relaciones sexuales en el Almera, no tienes más que decirlo, eh!!!

        No me hagas mucho caso, pero si haces un relato de un gol del barsa, creo que el wordpress te cierra el blog y las letras «a», «e» y «t» del teclado dejan de funcionar…

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  2. A mi también me ha gustado mucho el relato, pero al contrario que frinco a mi, me gusta más el primero. Para gustos los colores.
    Eso si, también echo en falta un gol de Zizou 😀
    Gran artículo!

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    • ¿Echas en falta un gol de Zizou en este relato? En el otro tampoco había goles ;). En la variedad está el gusto y eso es bueno. Muchas gracias.

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