Relatos

Microrrelatos: El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral

    Aprovechando los artículos referidos al microrrelato —con motivo del reto Préstame tus palabras—, voy a publicar algunas entradas dedicadas a este género, aunque no lo haré de manera continua sino intercalando otros tipos de textos.

    Getafe negroA continuación vais a encontrar tres historias que escribí para el concurso de microrrelatos Getafe Negro en el 2011. Los cuentos debían de comenzar con la frase que titula este post y no superar las 150 palabras (título y frase inicial aparte). Traté de encontrar tres argumentos completamente diferentes y esto fue lo que resultó.

    No abras los ojos

    El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Las piernas le fallaron justo antes de pasar por el Arco de las Campanas. En su mente tan sólo la imagen de Paula como una fotografía en blanco y negro. Ojalá hubiera podido transmitirle cuanto la amaba. En vez de eso, quien sabe lo que contarían de él ¿Lo mostrarían como un traidor? ¿Cómo un héroe quizá?

    Cuando la noche antes se topó con aquellas mujeres saliendo de las dependencias del Papa, supo que no escaparía del edificio con vida. Los ojos que miran lo que no debe saberse no vuelven a ver. Tras estar retenido durante horas, con la única compañía de una jarra de agua, la puerta se abrió. El comandante no lo dudó dos veces y echó a correr. Mientras caía comprendió que ese líquido incoloro es lo que no le permitiría ponerse de pie. Nadie sabría jamás la verdadera causa de su muerte.

    Cronología y uniforme de la Guardia SuizaÚltimo día en El Vaticano

    El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Si lo hubiera hecho ahora estaría muerto, al igual que decenas de personas a las que el atentado pilló desprevenidos. Esta vez la espada de Damocles estaba a su favor. O quizá no tanto. Nunca borraría de su mente toda aquella gente muerta o mutilada, algunos compañeros de fatigas.

    El corazón le palpitaba deprisa. Sólo podía tomar una dirección. Había encontrado el rastro y era el momento de actuar. El caos lo inundaba todo, lo que permitiría una escapatoria rápida. Ahora o nunca. Localizó el vehículo de los terroristas a punto de partir. No tenía ningún plan, así que se situó en medio de la carretera impidiendo la huida. Los individuos no iban a detenerse. Agarró el arma, pidió ayuda a Dios y disparó. Aquel disparo valió una condecoración, pero el comandante ya no era la misma persona. Sus pies jamás volvieron a pisar El Vaticano.

    Un nuevo edén

    El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral del tiempo. Fue de los pocos que, teniendo la oportunidad de marcharse, decidieron permanecer en el año 2201. Si todas las personas con medios y poder escapaban, ¿qué pasaría con el planeta? La población estaba fuertemente mermada por culpa de la guerra bacteriológica y los que quedaban deseaban huir, pero la energía se había terminado. El Comandante, un hombre inteligente, fuerte y experto en tecnología, tomó el control y diseñó una ciudad submarina inmune a las toxinas. Calculaba que en doscientos años podría volverse a vivir en la superficie. Ese era el período que debían resistir. Reclutó gente de todos los lugares a los que daba una esperanza, asegurando que sus nietos volverían a heredar la tierra. Durante la construcción muchos murieron y el propio Comandante enfermó, aunque consiguió mantenerse vivo hasta ver terminada la ciudad, momento en el que sus ojos se cerraron para siempre. Nadie lo olvidaría jamás.

¿Qué micro os ha gustado más? ¿Qué habríais escrito vosotros?

 

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464º

     Jamás volváis a llamarme Carlos. En Venus sólo nos identifican con números. Carlos ha muerto. Lo sentí cuando mi mano, aferrada a la navaja, se hundió en el abdomen de María. La sangre salió a borbotones tiñendo mis vaqueros de color carmesí, los mismos que hallaron en mi casa, los que me condenaron a este destierro, donde ni siquiera tengo derecho a sucumbir dignamente.

     VenusUn español, Eduardo Gil, había descubierto unos años atrás el ciatile, un mineral con la capacidad de curar el cáncer. Sólo se forma en Venus y el proceso para obtenerlo es arduo y peligroso. Nada mejor que enviar los despojos de la sociedad a expiar sus culpas, salvando muchas más vidas de las que habían arrancado. Eduardo Gil ganó el Nóbel. Los que permanecemos aquí, el infierno.

     Todos los días son iguales: extraer la roca, alimentarme, separar el ciatile, dormir, calor. Lo peor es el calor. La quemazón sofocante que sube como un gusano, desde la punta de los pies, hasta el último mechón del cabello. Aquí no hay estaciones. La cercanía con el astro rey no lo permite. Siempre estamos en un eterno verano bajo tierra. La radiación de la superficie nos abrasaría, dejándonos la piel en el mismo estado que nuestras almas, si es que aún tenemos una de esas.

     No digo que no lo merezca. Ni siquiera me arrepiento. María merecía morir. El recuerdo de su agonía es lo único que me hace atisbar una sonrisa. El brillo de sus ojos apagándose lentamente a cinco centímetros de los míos. El ardor de su sangre deslizándose en los dedos. Ella prometió amarme siempre. Sin embargo, la pasión junto a mí se desvaneció, pasando a pertenecer a mi hermano Mario. Él siempre se creyó el mejor de los dos y no podía parar de demostrarlo. También merece morir. Hubiera sido el siguiente, aunque le tenía preparada una angustia mucho mayor. Nada de una estocada rápida, quería verlo suplicar por su existencia. Pasó mi oportunidad. Cometí el error de no esperar al momento oportuno con María. Me pudieron las ansias, tenerla tan cerca y tan vulnerable. Vivirá carcomido por la culpa. Yo, sin embargo, viviré sintiéndome libre. Extraer la roca, alimentarme, separar el ciatile, dormir, calor.

     * 464º: Temperatura media del planeta Venus.

Este relato resultó ganador en agosto de 2012 del concurso del blog El relato del mes (categoría «tema del mes: calor»).

 

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Los diez mandamientos

     1º Amarás a Dios sobre todas las cosas

     No podía apartar la vista de las lenguas de fuego que trataban de escapar por las ventanas. Era su misión y la había cumplido sin dudar. Dios llamó a Abraham y le pidió que sacrificase a su único hijo aunque luego lo paró a tiempo. A él no lo paró. Eso debía de conferir a su cometido de una sublime importancia. La policía, los bomberos, los médicos… todos lo miraban como si estuviera loco. Pobres ignorantes.

"Moisés con los diez mandamientos" de Rembrandt

«Moisés rompiendo las Tablas de la Ley» de Rembrandt

     2º No tomarás el nombre de Dios en vano

     —Lo juro.

     A Ernesto le temblaba la voz al pronunciar aquellas dos palabras con la mano puesta sobre la Biblia. Desde niño le inculcaron que jurar en falso podía llevarle directo al infierno. Por eso decidió dejar clara su postura desde el principio.

     —Quiero acogerme a la quinta enmienda.

     El fiscal le echó una mirada de arriba abajo y después sonrió.

    —Hijo, creo que has visto demasiadas películas americanas. Esa enmienda es sobre la constitución de Estados Unidos. Hasta donde yo sé, estamos en España.

     —¿Y lo de tener derecho a permanecer en silencio?

     —Aquí también tienes la posibilidad de no declarar en tu contra. Es una opción aunque yo soy más de refranes que de películas.

     —¿Y eso que quiere decir?

    —Que conozco muchos. Por ejemplo, “cuando el río suena, agua lleva”; “quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”; “el que juega con fuego se quema” y uno de mis preferidos:“el que calla otorga”.

     3º Santificarás las fiestas

     Esa mañana de domingo había acudido a misa como cada festivo desde que tenía memoria. Sólo una vez se le ocurrió faltar para ir a visitar a Lucía, la niña de ojos verdes que vivía al otro lado del pueblo. Cuando regresó a casa se encontró a su padre en la puerta con el cinturón quitado. A la vez, su madre hacía pastelillos de nata y frambuesa en la cocina. Parecía que nada de lo que allí ocurría tenía que ver con ella.

     4º Honrarás a tu padre y a tu madre

     Sus labios perfilados se contrajeron, dejando escapar un silbido corto. Ernesto se dispuso detrás de la puerta con el rifle en la mano. El sudor corría por su frente como un océano de remordimientos. “No pienses en ello. No hay otra solución”. Observaba la escopeta con solemnidad, casi con disimulo. “Si papá supiera lo que aquella cosa de su propiedad iba a hacerle”.  El ruido potente y firme del arma dio paso a un río de sangre por el suelo. No le impresionó. Son demasiadas las veces que ese reguero le perteneció a él.

     5º No matarás

     Su madre salió de la cocina y se quedó mirando la escena. No mostró ninguna emoción concreta pero se dirigió al teléfono para llamar a la policía. Ernesto no había decidido qué iba a pasarle, no obstante en ese momento volvió a sentir un impulso que él relacionaba con la voz de Dios. Ella había sido igual o peor que su padre, volviendo la mirada y permitiendo todo lo que sucedía bajo aquel techo. Recargó el arma.

Carátula de la película "Los diez mandamientos"

Carátula de la película «Los Diez Mandamientos»

6º No cometerás actos impuros

     Los dos cuerpos sin vida permanecían en el suelo del pasillo. Toda la casa estaba maldita. Ernesto se dirigió a la habitación principal. Por allí habían pasado montones de putas y rameras con las que su padre se divertía. Luego todo lo arreglaba con ir al cura y confesarse. Cogió el bidón de gasolina que llevaba preparado y lo vertió sobre las sábanas azul cobalto.

     7º No robarás

     Antes de encender el mechero abrió la mesilla de noche. Allí había una pequeña caja fuerte que contenía el dinero que su padre sisaba de donde podía y después utilizaba para fiestas y vicios, mientras él no estrenaba unos pantalones desde hacía años. La guardó con cuidado en una mochila donde ya antes había dispuesto sus objetos personales. Todo lo que consideraba importante cabía en un espacio así de reducido. Sabía que aquel no era dinero limpio pero, al fin y al cabo, él no lo había robado y ahora formaba parte de su herencia.

     8º No dirás falso testimonio ni mentirás

     El abogado de oficio le aconsejó que se declarase culpable y quiso alegar que padecía algún problema mental a causa de los malos tratos familiares. Sin embargo, Ernesto se sentía inocente y cuerdo. Había sido designio divino y él sólo era la mano ejecutora. Si afirmaba su culpabilidad sería una patraña, estaría dándose una importancia que no le correspondía. Por ello prefería no declarar aunque al final no le quedó más remedio. Debía explicar cuál era la verdad de aquella situación.

     9º No consentirás pensamientos ni deseos impuros

     —Su padre le pegaba con frecuencia, le insultaba y le humillaba continuamente. ¿Es eso cierto?

     —Sí, así es.

     —Eso sucedió a lo largo de veinte años y usted nunca hizo nada en su contra. Se mostraba como un hijo obediente.

     —Procedía como indica la iglesia que debo hacerlo, siguiendo los mandamientos de la ley de Dios.

     —¿Y qué cambió?

     —Ese mismo Dios me llamó y me pidió que acabara con ellos.

     10º No codiciarás los bienes ajenos

     <<Aquella noche regresé de trabajar un poco más tarde de lo habitual, a eso de las 8. Oí ruidos en el salón y pensé que ya debía de estar mi padre con otra fulana. El grito de una voz conocida me hizo entrar en el cuarto.

Encontré a papá borracho tratando de forzar a Claudia, mi novia. Había intentado por todos los medios que nunca apareciese por allí pero ese día había ido a verme para darme una sorpresa. Estaba medio desnuda, con un pecho al descubierto y un golpe en la cara. Al percatarse de mi presencia, papá la soltó. Ella se vistió como pudo y abandonó la casa. En ese preciso momento la voz de Dios sonó fuerte y clara en mi cabeza y me otorgó la misión que debía cumplir. Y eso hice. Amén>>.

 

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El ajedrez de Ángela

Ángela rompió a llorar desconsolada, cuando su padre comenzó a colocar las piezas en el tablero. Éste la miró con asombro y sin entender nada. Llevaba un mes enseñando a su hija a jugar al ajedrez y la niña se había mostrado entusiasmada, hasta el punto, de solicitar por su octavo cumpleaños una mesa que tenía dibujado un damero, al estilo de las que pueden verse en muchos parques.

"Las jugadoras de ajedrez" de John Lavery

«Las jugadoras de ajedrez» de John Lavery

Ángela, cariño, ¿qué te sucede? ­­

Me da pena… 

Las palabras sonaban entre puchero y puchero.

¿Qué te entristece? ¿Haber terminado las “clases”? ¡Ahora podemos echar partidas de verdad!

Yo esperaba que hubiera otras reglas, un final diferente. Me dan pena los personajes, sobretodo los peones y la reina.

Mi vida, es un juego…

El padre trataba de calmar a la chiquilla, sentándola en sus rodillas y acariciándole la cabeza con ternura. La cría no cesaba de hipar y parecía que podía ahogarse en el mismo torrente de sus lágrimas.

Pero, papá, no lo entiendo. Los peones no pueden hacer nada por defenderse. Sólo pueden ir hacia delante y se sacrifican como si no valieran nada.

Cada pieza tiene su movimiento y su misión. Además, tienes muchos peones.

Pero todos son distintos y únicos. Yo les puse un nombre a cada uno el primer día en la parte de abajo. Este se llama Paco, como el abuelo, este Pablo como el hijo del carnicero…

Ángela fue tomando los peones uno a uno y pasándoselos a su padre. Todas las bases llevaban escrito un apelativo a rotulador y se notaba que la niña se había esmerado con la caligrafía.

Y éste es Carlos, como tú. El nombre de mamá no he podido utilizarlo, porque no hay “peonas”. 

Podías habérselo puesto a la reina.

¡No! La reina me da todavía más lástima que los peones. 

El padre comenzaba a sentirse vencido por la determinación de la pequeña, pero, a pesar de temer la respuesta, continuó preguntando.

"Benjamin Franklin jugando al ajedrez con Lady Howe" de Edward Harrison

«Benjamin Franklin jugando al ajedrez con Lady Howe» de Edward Harrison

¿Qué tiene de malo la reina? ¡Es la mejor! Puede moverse en todas las direcciones, cuantas casillas quiera.

Los peones son los menos importantes. Después están las torres, los alfiles y los caballos. ¡Me encantan los caballos! Estas piezas son superiores a las otras y más grandes. Pero también te las dejas comer si te viene bien. Y por último está la reina que puede ir a cualquier lugar. Eso debería convertirla en la preferida, pero resulta que no. ¡Al que hay que cuidar siempre es al rey! No sirve de nada todo lo que puede hacer la pobre reina.

Cielo, son las normas de la partida. Las cosas son así. El objetivo es acabar con el rey.

¡El rey es un inútil! Sólo puede desplazarse una casilla y depende de que los demás lo protejan. 

La voz de la pequeña ganaba en efusividad por momentos y las lágrimas se estaban convirtiendo en rabia. El padre se dio cuenta de que era una batalla perdida, mientras miraba de reojo la mesa sin estrenar.

Escucha Ángela, tengo una idea. ¿Por qué no creas tu propio juego? Alcanza la libreta y vete escribiendo las normas nuevas. Hasta que lo tengas, ¿qué te parece si te enseño otra cosa? Coge a tus pequeños amigos con nombre, aunque quizás debas hacer modificaciones, porque vamos a jugar a las damas. Aquí todas las piezas tienen el mismo valor y las mejores son aquellas que logran llegar al final del escaque. 

La cara de la niña se iluminó como un estallido de fuegos artificiales, haciendo gala de una enorme sonrisa mellada. Mientras entregaba a su padre los peones, guardó las reinas en los bolsillos y dejó volar la imaginación, fantaseando con el gran proyecto que tenía entre las manos: “El Ajedrez de Ángela”.

*Este relato resultó ganador en julio de 2012 del blog «El relato del mes» en la categoría de tema libre y está incluido en el libro conmemorativo de ese año.

 

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Los invisibles. 28 de febrero, Día Mundial de las Enfermedades Raras.

El beso de magritte

«El beso» de René Magritte

Miguel se acostó el lunes con un fuerte dolor en los meñiques de las dos manos. No entendía muy bien cuál podía ser la razón, pues no eran unos dedos a los que les diera mucho uso. Decidió tomarse un paracetamol y echarse a dormir. A la mañana siguiente, los meñiques se habían vuelto invisibles. Sentía que seguían allí, pero no podía verlos ni manejarlos. El pánico se adueñó de él y se fue corriendo a las urgencias de su ambulatorio. Tardaron cuatro horas en atenderlo hasta que un médico, por fin, le examinó.

—¿Dice que hasta ahora siempre tuvo los cinco dedos de cada mano? Porque es curioso, da la sensación de que nunca hubieran existido.

—Sí, doctor, anoche mismo estaban en su sitio, doloridos, pero presentes. Hoy han desaparecido.

—¿Ha tenido fiebre? ¿Algún accidente? ¿Y algún episodio neurótico?

Miguel dio respuesta negativa a todas las preguntas y el médico  mandó hacerle radiografías y una analítica y le citó al día siguiente. De paso le recomendó que se tomara un tranquilizante y descansara.

Cuando llegó el martes, Miguel regresó sin meñiques y sin anulares. El médico no salía de su asombro, pues esta vez no podía dudar de que la afirmación era cierta, aunque no tenía muy claro si le iban a creer. Decidió que debía mandarle a un especialista, pero ¿a cuál? ¿Al traumatólogo por tratarse de los dedos? ¿Al neurólogo por las terminaciones nerviosas? ¿Al dermatólogo por no haber marcas en la piel? ¿O al psiquiatra para que les tratara a ambos? Al final lo que hizo fue derivarlo al hospital.

En el hospital le ingresaron y comenzaron a realizarle pruebas. Le radiaron, le punzaron, le medicaron…y no servía de nada. Cada mañana despertaba con una parte menos de su cuerpo útil y visible. Tras los dedos, fueron las manos y el resto de los brazos. Después los pies, seguidos de las piernas. Más tarde no había orejas y luego se fue desvaneciendo el tronco. Aún así, seguía consciente y vivo. Después empezaron los procedimientos experimentales y los tratamientos excepcionales, pero tampoco se paralizó el proceso. Miguel escuchaba las conversaciones de los especialistas dictaminando que habían hecho cuanto podían, que no sabían cómo continuar y que no había tiempo, personal ni dinero para investigar más a fondo.

A los tres meses de su ingreso, la cabeza de Miguel se esfumó por completo y sólo quedaron una cama vacía y un espíritu recorriendo el hospital. En otros lugares del mundo, unas cuantas almas sufrían el mismo mal. Todos se habían vuelto invisibles.

      rdd-logo-smallEl 28 de febrero se celebra el Día Mundial de las Enfermedades Raras. Personas aquejadas de síndromes extraños o de mutaciones genéticas propiciadas por el azar, lo que dificulta el diagnóstico y la asistencia. Se calcula que en España hay tres millones de afectados y aún así, la escasez de conocimientos sobre el tema y la diversidad de síntomas, convierten en ocasiones a los perjudicados en seres invisibles para la sociedad y el sistema. Para dotarlos de visibilidad, FEDER —­máxima institución que vela por los derechos de asociaciones de afectados y sus familias en España— ha impulsado la campaña “+ de 100 bloggers al 100% con las #enfermedadesraras”, consiguiendo el respaldo de 104 blogs, entre ellos el que estáis leyendo ahora mismo.

Logo ilustratura iLos que me seguís de manera habitual habréis leído también ya muchas noticias aquí y en mis redes sociales de una enfermedad en concreto: el síndrome de Marfan. Esto se debe a que llevo desde hace unos meses colaborando en un proyecto benéfico para esta causa, llamado Ilustratura.

Ilustratura es una novela ilustrada en colaboración, cuyo fin es recaudar fondos para la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA.  Os dejo el enlace de mi blog en el que hablo sobre ello.

https://leticiadejuanpalomino.wordpress.com/2013/10/07/ilustratura/

Nos encontramos en la fase de revisión global de la novela y en breve saldrá publicada. Me gustaría invitaros a conocer y participar en esta iniciativa: http://proyectoilustratura.blogspot.com.es/

Y ya sabéis, el día 28 de febrero, todos juntos haciendo ruido en las redes sociales.Montaje lazo verde-semillas[1]

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Venganza divina

"La justicia y la venganza divina persiguen el crimen" de Pierre Paul Prud'hon

«La justicia y la venganza divina persiguen el crimen» de Pierre Paul Prud’hon

Sepa usted que en ese momento mi estómago se puso del revés, como si alguien lo estuviera amasando para hacer un botijo. Las mujeres que me habían acompañado a lo largo de la vida, ahora eran mártires de la demencia de aquella pareja, siendo su único pecado haber dormitado en mi cama. Mas, no contentos con aquella aberración, habían construido un sólido engranaje para hacerme cargar con la culpa, otorgándome la autoría de aquellas fechorías.

Todas estaban muertas y yo conocía que aquel hombre y aquella mujer, desposados en santo matrimonio por la iglesia católica y apostólica, eran los perpetradores de tan horrendos crímenes. Apenas los traté un par de veces desde que se mudaron a la casa de al lado, así que debían poseer alguna enfermedad psicológica porque, a día de hoy, desconozco sus motivaciones. Han pasado diez años desde la última vez que los vi, mirándome y riéndose con sorna, mientras yo era ingresado en esta institución mental. Entonces lo supe. La fémina me guiñó un ojo mientras me iba señalando todas aquellas prendas: el bolso de Ana, el pañuelo de Raquel, los pendientes de Sofía, el reloj de Marta. Grité y traté de abalanzarme sobre ella, pero me tenían fuertemente sujeto y mis palabras cayeron en saco roto. Yo era considerado un ido y todo lo que decía sólo parecía confirmarlo a ojos de aquellos que me juzgaban.

"Confesión" de Giuseppe María Crespi

«Confesión» de Giuseppe María Crespi

Usted va a salir de este encierro en una semana gracias a su abogado, un gran jurisperito. Pero ambos sabemos que el internamiento no es un error, que su mente no es lúcida. Haga eso por mí cuando parta. Sacie su sed de sangre con ellos, el cielo no se lo tendrá en cuenta. Dios ve con buenos ojos este resarcimiento. Se lo digo yo, su confesor y el clérigo que le impone esta penitencia. Encuéntrelos y encárguese de que padezcan y expiren. El resto de sus pecados quedarán absueltos y exonerados y yo le esperaré aquí, con los brazos abiertos y el alma en paz.

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La Compañía de Magia

ChisteraLa Compañía Estatal de Magia recorría todos los pueblos en una gira sin descanso. Llevaba un programa creado por el gobierno y no eludía ningún lugar, por pequeño y recóndito que fuera. Los carteles de publicidad anunciaban sin cesar la necesidad de no perderse aquel espectáculo, ideado especialmente para servir como terapia del alma. La gente lo esperaba con ansiedad.

El precio no suponía desembolso económico. Los asistentes tan sólo debían rellenar una cuartilla donde escribieran un sueño, un deseo por cumplir.

Aquel día la Compañía había llegado a la aldea de Deziro. El público se fue sentando en las sillas dispuestas para la ocasión y la función transcurrió como todas. El mago Stelisto  iba sacando los papeles del público y los hacía desaparecer en el interior de su chistera. Después ponía en práctica algún típico truco como convertir confeti en una paloma o cortar a su ayudante en dos. Al terminar, la persona dueña del papel utilizado se levantaba y salía. Nadie les decía nada, pero una fuerza interna los empujaba a marcharse. En la puerta les esperaba una bolsa con fruta, leche y pan. Transcurrían tiempos difíciles y toda ayuda era poca.

De esta manera, todos los espectadores se fueron de la estancia, quedando al final un padre y un hijo de unos quince años. El mago metió la mano en el sombrero pero comprobó que estaba vacío.

­­—Disculpen, ¿cómo han accedido al recinto?

El padre tomó la palabra.

—Nos hemos colado. Llegábamos tarde y creímos que no pasaría nada. Al fin y al cabo no cuesta dinero.

—Nunca se había colado nadie aquí. ¿Saben que están incurriendo en un delito?

—¿Qué hace con los papeles que desaparecen? ¿Dónde van?—. El chico había aprovechado la conversación de los adultos para acercarse a la chistera y mirar en su interior.

—No te acerques ahí. ¿Es que no tienes modales? Si no quieren tener problemas, lo mejor sería que rellenaran una hoja ahora mismo.

El padre cogió una cuartilla, dibujó una cruz y se la entregó al mago.

—Estoy en paro desde hace dos años. Perdí el trabajo y después la casa. Más tarde falleció mi esposa, que en paz descanse, y ahora mi hijo y yo vivimos al día. No me quedan sueños, ni deseos, esos ya me los quitaron antes. Cómo verá, su función tiene un precio excesivo para mí.

—Bueno, supongo que podríamos arreglarlo si su hijo tiene dos sueños. Muchacho, ¿tú no anhelas nada?

El chaval miró al mago horrorizado.

—Ustedes vienen aquí a robarnos los deseos. Eso es lo que hacen. Quieren que seamos dóciles, conformistas. Nos muestran unos trucos y con ello esperan que nos vayamos contentos. Es la razón también de que den comida al final. Si no hay hambre, ni aspiraciones, ¿cuál es el problema?

—¡No digas tonterías! Esta compañía es uno de los servicios del gobierno para facilitar la vida a los ciudadanos.

—Y nos engañan diciéndonos que es gratis cuando no lo es. Lo pagamos día a día. No voy a entregarle ninguno de mis sueños y tampoco quiero que se quede con los demás.

El chico agarró la chistera, sacó un mechero y la convirtió en cenizas. El ilusionista se abalanzó sobre él pero únicamente logró chamuscarse los dedos. Mientras los ojos del muchacho ganaban en brillo, los del mago se apagaban. Tomó su varita, dio unos toques sobre una mesa y una humareda blanca precedió a su desaparición.

La Compañía no regresó por allí. Los rumores circulaban de boca en boca. Unos afirmaban que el prestidigitador había muerto y otros que la Compañía había ardido. Algunos lamentaron la pérdida y recordaban lo bien que les venían los alimentos y pasar un rato de diversión. Pero ya se sabe que todo se olvida y pronto nadie hablaba ya de ese tema. De lo que sí hacían comentarios era del espectacular cambio del pueblo. El lugar estaba prosperando a pasos agigantados. Este fue, sin duda, el último gran truco de la Compañía.

* Las palabras «Deziro» (deseo) y Stelisto (ladrón) vienen del esperanto.

"El Prestidigitador" de El Bosco

«El Prestidigitador» de El Bosco

Este relato ganó en el mes de enero de 2014 en el concurso del blog «El relato del mes»
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All in

Miranda consiguió aquel amuleto mágico jugando al póker. No fue demasiado complicado, en cuanto un puñado de hombres ven a una mujer sentada a la mesa, dan por hecho que hay un jugador menos. Al principio, Miranda se ofendía y despotricaba, pero con el tiempo había sabido utilizar esa baza a su favor. Sonreía, se mostraba vulnerable y daba saltos cuando ganaba una mano, como si todo fuera producto del azar y la suerte.

Los jugadores de cartas

Los jugadores de cartas, Paul Cezánne

Andrés, su marido, no sabía que acudía a aquella sala, ni falta que hacía. Seguramente se habría puesto como un energúmeno imaginando a su esposa rodeada de toda aquella calaña del género masculino. Para ella era una afición, una forma de evadirse de la rutina.

Sin embargo, aquella tarde de junio, resultó diametralmente opuesta a cualquier otra. Se sentó en una mesa de ocho y reconoció a todos los oponentes excepto a uno. Era un hombre de unos sesenta años que, a juzgar por su aspecto, debía de vivir en la más absoluta indigencia. Vestía vaqueros desgastados, camisa de cuadros muy antigua y unos zapatos con las suelas rotas. ¿Cómo habían permitido entrar a aquel pobre diablo?

Comenzó la partida de manera relajada, ganando una vez uno y otra vez otro. El hombre de los zapatos rotos estaba tremendamente nervioso y cada ficha que perdía le provocaba auténticas taquicardias. Miranda pronto tomó la delantera y los montones crecían junto a ella. Al final de la timba solamente quedaron los dos, frente a frente, y una escalera dio la partida a Miranda. Cuando iba a levantarse de la mesa, el hombre la tomó del brazo y le pidió una última mano, sacando del bolsillo un pequeño objeto con forma de dado.

“Esta pieza otorga a su poseedor la posibilidad de entrevistarse con el diablo justo antes de morir. En ese momento, puedes ofrecerle todo el dinero que poseas a cambio de más tiempo. Es personal e intransferible. Ahorra todo lo que puedas: el tiempo es muy caro”.

¡Cómo estaban las cosas, que hasta Satanás necesitaba pasta! Miranda miró al hombre, dudando de sus palabras, pero al tocar el objeto, supo que era verdad. Barajaron una última mano. Miranda miró sus cartas. El dos de picas y el siete de diamantes, seguramente la peor jugada del mundo. Los naipes empezaron a aparecer en la mesa. La primera, el as de tréboles, vaya comienzo. Después, el cinco de corazones, la jota de picas y el cuatro de tréboles. La última, el dos de corazones, aumentaba mínimamente las probabilidades de victoria. El hombre, con la tez pálida, levantó sus cartas: rey y reina de tréboles. Una jugada excepcional… con la que salía derrotado, ante la pareja de doses. Dispuso el dado sobre la mesa, se levantó y mirando a los ojos a Miranda le dijo: “Que lo disfrutes”. Luego, salió del lugar.

Miranda regresó a casa agarrando con fuerza el cubo y preguntándose: ¿Cuánto tiempo podré conseguir?

A partir de ese día, toda su vida dio un vuelvo radical. Abrió una cuenta bancaria secreta donde ir depositando dinero. Comenzaron las horas extras en el trabajo, aunque a su familia le contaba que iba a clases de yoga. Más tarde, se inventó una extraña enfermedad que requería un costoso tratamiento y le quitaba las ganas de viajar o de salir a alternar. Dejó de quedar con sus amigas y de ir de compras. También comenzó a escatimar en la ropa y los juguetes de sus hijos. ¿Qué iban a preferir, tener a su madre todo el tiempo que pudieran o jugar con la Play Station? Era una obsesión. La relación con su marido se debilitaba, pero sabía que no podía permitirse alejarlo: un divorcio le haría perder al menos la mitad de sus propiedades e ingresos. Así que lo retuvo dándole lástima y haciendo la vista gorda sobre algún posible escarceo.

Los relojes blandos

La persistencia de la memoria, Salvador Dalí

Andrés murió pronto, a los cincuenta y dos años, de una embolia. Miranda lloró ávidamente su pena, no obstante, se consolaba sabiendo que ahora tenía mucho más con lo que pagar al diablo llegado el momento. Y ese momento llegó justo antes de cumplir los sesenta y tres.

– ¿Ya estás aquí? ¿Tan pronto? ¡Si la esperanza de vida supera los ochenta!

– No se puede decir que te hayas cuidado precisamente… Vas a tener un accidente con el coche de tu hija, ese que ella te pidió que llevaras al taller. Preferiste guardar el dinero y un fallo de motor te hará caer por un terraplén. Pero bueno, es tu día de suerte y estoy aquí. ¿Cuánto tienes para darme?

Miranda hizo acopio de cuentas corrientes, depósitos y propiedades. Decidió no quedarse con nada. Sus vástagos no iban a dejarla en la calle. El demonio le dio once años más.

– Aún eres la propietaria del amuleto, así que volveré antes de tu defunción. Si tienes algo más que darme entonces, quizás ganes algo más de tiempo.

Miranda se preguntaba que más podría ofrecerle después de aquello. Aquel día reunió a sus hijos y les informó. Éstos no salían de su asombro. Su madre, la misma que remendaba una y otra vez la ropa, compraba sólo la comida en oferta y nunca adquirió una joya, era pobre. Todo se había esfumado de la noche a la mañana, evaporado sin dejar rastro. Ninguno de ellos quería hacerse cargo de su progenitora. Las relaciones siempre habían sido más bien frías y encima no confiaban en ella después de lo ocurrido. Pidieron un informe psiquiátrico y la internaron en un centro. Allí, su único afán era robar algo de menaje o conseguir que alguna interna le hiciera un regalo.

El día acordado, Lucifer apareció de nuevo a visitarla.

– ¿De qué voy a morir esta vez?

–- Algo sencillo, un ataque al corazón. En realidad es de lo que mueren todos, el órgano se para y se acabó la fiesta. ¿Crees que podrás arañar algo de tiempo al reloj?

Autorretrato_El tiempo vuela, 1929 - FRIDA KAHLO[1]

Autorretrato – El tiempo vuela, Frida Kahlo

Miranda observó lo que tenía debajo del colchón: decenas de cubiertos, un par de pijamas, un juego de sábanas, cuatro o cinco libros y una radio. Además, sobre la cama estaba la cena: tortilla de patatas, su comida preferida.

– Bien, por todo esto puedo darte quince minutos.

– Será suficiente.

Miranda tomó una hoja de papel y un bolígrafo y escribió una carta. Después miró al diablo con serenidad.

– Estoy preparada.

– Aún te sobran tres minutos.

– En realidad no –. Tiró el amuleto por la taza del retrete y después se comió la tortilla. Nunca antes había disfrutado tanto con nada.

Los hijos de Miranda recibieron la carta.

“He pasado por la vida sin vivirla, sólo queriendo alargar el camino sin pararme a disfrutarlo. ¿Para qué sirve el tiempo si no lo empleas en ser feliz? Que eso no os pase a vosotros. Sed felices con todo lo que tengáis y hagáis. Os quiero. Mamá”.

Este relato resultó ganador del mes de julio de 2012 en el concurso del blog «El relato del mes».
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Quiero ser él

En la época del colegio, todos querían ser como Pedrito, el hijo del alcalde, excepto él, que ambicionaba acercarse a Dios y tocar el cielo. El padre Gumersindo lo repetía reiteradas veces: “Tú debes aspirar al máximo. Nada hay más grande que el poder divino. Tómame a mí como modelo”. Y eso hacía. Se cortó el pelo a cepillo, cambió su atuendo juvenil por pantalones y camisas negras y leía la biblia sin descanso. Llegó a parecerse tanto al clérigo, que en la parroquia se rumoreaba que podían ser padre e hijo.

El Vaticano

Una mañana de junio, al observar su semblante en un espejo, descubrió con estupor que no quería ser como el Padre Gumersindo. Él quería ser el Padre Gumersindo. Deseaba ese porte sereno, infundir respeto por donde sus pies pisaban y ascender en la carrera eclesiástica de golpe. El día que leyó aquella carta en la que enviaban al cura a la Santa Sede, urdió un plan para deshacerse del religioso y ocupar su lugar. Había olvidado que la piedad es una de las misivas del catolicismo y, convencido de que Dios le respaldaba, acabó con la vida del sacerdote de un golpe seco con el cáliz de misa. Después lo envolvió en su propia casulla y lo enterró detrás de la iglesia. Decidió no confesar nunca aquel hecho. Un mal inevitable no podía ser pecado. Se marchó sin avisar a persona alguna, aunque sabía que nadie lo echaría de menos. “Las mejores personas viven en soledad”, se decía a sí mismo.

El Vaticano era el lugar más impresionante que había visto jamás. A pesar de no haber estado allí antes, sentía que aquel era su hogar. Pronto se hizo un hueco entre los eclesiásticos, aunque aquello tampoco terminaba de llenarle. La admiración que sentía por el Papa al principio, se transformó en rencor según transcurrían los meses. Todos querían ser como el Papa. Él quería ser el Papa. Se tiñó el cabello de color cano, dejó de tomar el sol con el fin de hacer palidecer su rostro al máximo y se puso lentillas de color azul.  Cada mañana despertaba tratando de encontrar la manera de ocupar el puesto más alto del catolicismo y cada noche se flagelaba con una correa, en un intento desesperado por alejar aquellos pensamientos. Sin embargo, la idea de ser el más adecuado para desempeñar las funciones de San Pedro no le permitía descansar.

Cuando la ciudad dormía, él inspeccionaba los rincones de la basílica. Subía la escalinata y se detenía en cada puerta de metal cerrada, preguntándose qué esconderían. Hizo diversas indagaciones para descubrir quién guardaba las llaves, pero nadie parecía saberlo. Era como si aquellas estancias estuvieran selladas por la eternidad. Una noche, dPuerta de El Vaticanoecidió forzar una puerta. Según consiguió hacerla ceder, un hedor insoportable salió del agujero y le hizo tambalearse. Esperó unos minutos a que el espacio se ventilara un poco y pasó al interior. Era una especie de zulo pequeño y la capa de polvo tendría cuatro o cinco centímetros de espesor. Tras los instantes que sus ojos necesitaron para acostumbrase a la oscuridad una misión y aquello constituía una señal inequívoca. Ese debía ser el arma que acabara con la vida del Papa y lo encumbrara a él a aquella posición. 

Trasladó una colchoneta ligera, unas mantas y un orinal a la estancia y desde aquel día se instaló allí, esperando la oportunidad de hundir el filo del puñal en el corazón de Su Santidad. Sólo salía para conseguir alimentos, darse un baño una vez a la semana y recopilar detalles que le permitieran urdir su plan. Dios le quería en aquel lugar y él no iba a moverse de allí hasta conseguir su objetivo. Sin embargo, según pasaban las semanas, este propósito se fue difuminando y otro deseo empezó a rondarle la cabeza. Comenzó a dejarse una barba espesa y a vestir con túnica y sandalias. Más tarde, consiguió unos clavos y los guardó en la mesilla. Ya sólo le faltaban unos buenos maderos. Cuando terminara de construir la cruz, no necesitaría predicar la palabra de Jesucristo. Él podría ser Jesucristo.

* Esta historia fue la ganadora de junio en la página «El relato del mes». Tema: Envidia.
* Las fotografías están tomadas en El Vaticano. La de la puerta fue la que me inspiró el relato.
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Fuera de juego

Fuera de juego3La moral está por las nubes, principalmente porque jugamos en nuestro campo. Es un arma de doble filo, similar a esa chiquilla que vuelve a casa sola de noche. Se asusta con cada mínimo ruido, toma el camino más largo si está mal iluminado y lleva el móvil de la mano como si fuera hablando. Pero, según se va acercando a su domicilio, se relaja. Y cuando se encuentra a punto de llegar a su portal, ya puede aparecer una banda al completo de delincuentes cargados con armas, que ella los mirará con  curiosidad y sonreirá, pensando: “Aquí soy intocable. Tengo un escudo de fuerza invisible que me protege del bien y del mal.” Es la confianza presente hoy en el ambiente. Como si por estar en tu estadio fueras invencible, a pesar de haberse demostrado, más veces de las deseables, que eso no funciona así.

Juego en un equipo de segunda B. Digo juego, porque mi nombre aparece en la lista de convocados, aunque el banquillo tiene un lugar con la forma de mis posaderas. Una de las causas es que soy mayor. Soy un viejo de treinta y dos años. Al convertirme en futbolista, descubrí que había vendido mi alma al diablo y cuando los demás cumplen un año, yo consumo cinco. Algo similar a lo que cuentan sobre la edad de los perros. Otro motivo es que no he aprovechado bien las oportunidades. Sigo soñando con ese gran día que me convierta en una estrella. 

Hoy nos jugamos el ascenso. En la ida, el resultado fue empate a cero. El marcador refleja lo vistoso del juego desplegado. Tras los saludos y el sorteo de campos, comienza el encuentro. Pasados los primeros diez minutos, el balón apenas ha salido del círculo central. Nos espera otro duelo apasionante. Sigue leyendo

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